(A propósito del aniversario 500 de San Juan de los Remedios)
Por: Carlos Remberto Ramos Gutiérrez
San Juan de los Remedios, la octava villa de Cuba, celebra ya su
medio milenio. La fecha exacta de fundación permanece en el misterio: el año
1515 resulta una mera propuesta conciliadora entre disímiles tesis y
especulaciones que sitúan la génesis de esta comarca en fechas más tempranas, o
más tardías. Según Rafael Farto Muñiz, historiador remediano, en mayo de 1513
llegó por la costa norte Don Vasco Porcallo de Figueroa y fundó en esta región
un asentamiento poblacional al que bautizó como Santa Cruz de la Sabana de
Vasco Porcallo. Nuestro fundador se adjudicó estas tierras como feudo
particular[1],
y no dio cuenta de su existencia a la corona española – para librarse, claro
está, del pago de impuestos, – por lo cual Remedios no recibió en aquel momento
el nombramiento de villa y no fue contada entre las siete ¿primeras? fundadas
por los españoles en Cuba. Desde entonces la Historia le ha jugado a los
remedianos descabelladas peripecias, como si algún dios malvado se burlara de
nosotros una y otra vez y nos relegara siempre hacia el final de todas las
listas. Habiendo sido el primer asentamiento del centro norte cubano, se nos
negó el derecho a ser cabecera de provincia, desplazados por una orgullosa
Santa Clara fundada por remedianos que salieron huyendo – supuestamente de las
legiones de demonios alojadas en la cueva de El Boquerón tras el exorcismo de
la liberta Leonarda, – movidos por ambiciones y manipulaciones de unos pocos[2]
que encontraron en Leonarda su Helena de Troya. De atrás nos venía aquella rara
costumbre de mudarnos constantemente, ya la villa había cambiado más de una vez
su asiento, alejándose del mar, huyendo supuestamente de los saqueos del Olonés
y sus legiones piratas – aunque se ha dicho que en realidad nuestros
antepasados mantenían con los piratas el llamado comercio de rescate, – alejándose
tal vez de un litoral arisco, de una tierra obstinada que les negaba su fruto. Y
la malvada deidad haciendo más de las suyas: catastróficos incendios,
inundaciones del río Camaco – La Paila, que pasa por debajo de nuestra ciudad...
Muchos remedianos continuaban huyendo, buscando mejor fortuna en otros sitios
del mundo; pero los abuelos de nuestros abuelos se quedaron aquí, a pesar de
los incendios y de las inundaciones, a pesar de los demonios y piratas. Ellos
mantuvieron la fe, la esperanza de un mejor destino, el apego a esta tierra
roja sobre la que habían plantado su bandera y construido su casa.
Poco a poco la villa fue creciendo, de forma espontánea, por ello
sus estrechas calles se curvan a cada paso, denunciando a cada paso la ausencia
de un diseño urbanístico preconcebido. El mito brotaba entonces cual manantial,
caía como llovizna; era el mito medicina anti-aburrimiento, antídoto para la
rutinaria sucesión de los días y las noches en una aldea olvidada de los reyes
y de Dios. Por las rojas callejuelas se iba corriendo la voz: en La Bajada se
esconde un güije, y sólo siete Juanes primerizos lo pueden capturar bajo la luz
de la luna; en el barrio San Salvador vive una bruja; y la virgen del Buenviaje
se ha vuelto a escapar de la iglesia; y los amantes del palomar, el perro de la
loma, el gigantesco sapo... ¡yo los he visto! Un niño rubio de rica cuna, Alejandrito
se llama, va por las tardes con su nodriza negra a los toques de bembé. Y las
noches son muy frías a finales de diciembre, pocos salen de sus casas la noche
del veinticuatro para asistir a la misa de las doce, la de Aguinaldo. El
párroco Francisquillo intenta encontrar el modo de atraer más feligreses, y
convoca a los más jóvenes, y los arma de matracas y fotutos y toda clase de
improvisados instrumentos percutivos: cualquier cosa que haga bulla. Les
encomienda recorrer el pueblo despertando a los vecinos, llamándolos a la misa.
Y comienzan las parrandas.
Muchos son los proyectos arquitectónicos que se ejecutan ante el
advenimiento de nuestro medio milenio. Ambiciosos proyectos que pretenden, por
una parte, rescatar viejas esencias y, por otra, impregnarle a nuestra añeja
villa aires de modernidad. Sin intenciones de desencajar en el engranaje
urbano, sino de integrarse a él sabiamente, embelleciendo el paisaje citadino y
enriqueciendo, al mismo tiempo, la vida sociocultural. Sin desdeñar el afán de
atraer más visitantes a Remedios, que desde hace más de dos décadas intenta
venderse al mundo como destino turístico. La ejecución de tales proyectos
resultaría, sin dudas, de gran aporte para nuestra ciudad y acaso también para
nuestra gente.
Pero a veces nos resulta difícil conciliar criterios, aunar
voluntades. Algunas veces termina por imponerse el criterio errado, y los
decisores – sólo ciertas veces – parecen ser los menos capacitados para
decidir.
Lo cierto es que los nacidos y criados en Remedios – aldeanos
vanidosos que a veces nos sentimos el ombligo del mundo – vivimos con la
inocente esperanza de que algo nuevo y bueno va a pasar. Pero nada pasa. El
reloj de nuestra Iglesia Parroquial Mayor se empeña en detenerse pese a todos
los arreglos posibles, ¿será que ni el tiempo ya transcurre dentro de nuestros
muros? O que nuestro tiempo es otro, y mientras el mundo contemporáneo camina a
agitada marcha, en Remedios se respira una sospechosa quietud, una rara
sensación de estatismo. No es ese el mayor temor; el mayor temor son los demonios,
los piratas que aún hoy – desde posiciones de poder muchas veces – continúan
asolando nuestra villa.
Los remedianos tenemos, y de eso no cabe duda, un fortísimo
sentido de pertenencia, un amor incorregible por este suelo rojizo. No solo los
que nos hemos quedado, también aquellos que se fueron y comparten la añoranza
por este pequeño terruño del que se sienten y son parte. En internet, en las
redes sociales como Facebook, existen grupos de “remedianos ausentes”,
“remedianos en Facebook”, “eres de Remedios ¿no?”... y las publicaciones, los
comentarios de los miembros de estos grupos, son una genuina prueba de esa perenne
añoranza. Se puede hablar entonces de una comunidad remediana en la diáspora,
con activa participación e influencia en el panorama sociocultural y económico
de nuestra ciudad. Muchos de ellos contribuyen con fondos y recursos destinados
a las parrandas e, incluso, con el afán de tener un pedacito de Remedios allá
donde ahora viven, han llevado la parranda fuera de nuestras fronteras,
celebrando cada año las parrandas remedianas en Miami, con los mismos barrios
nuestros y los mismos elementos competitivos. Tan arraigada y profunda es
nuestra identidad, que muchas veces, cuando en otra ciudad de Cuba o el
extranjero alguien le pregunta a un remediano “¿eres de Villa Clara?” él
responde “sí”, pero luego especifica siempre “¡de Remedios!”.
[1] Manuel Martínez Escobar.
Historia
de Remedios. Jesús Montero, Editor. La Habana, 1944, p. 13.
[2] Como consta en la Carta enviada por las mujeres
remedianas al Gobernador de Santo Domingo, con fecha 9
de octubre de 1690. (Fondos del Museo Municipal “Francisco Javier Balmaseda” de
Remedios).
Bibliografía:
Fondos inéditos del Museo Municipal “Francisco
Javier Balmaseda” de Remedios.
Fondos del Equipo de Patrimonio de
Remedios.