viernes, 28 de octubre de 2016

Yunier Gómez Torres y “Otra estúpida bomba en mi rosal”. Ejercicio de apreciación.




Por: Carlos Ramos Gutiérrez


Yo creo, sinceramente, que la mejor crítica es la que resulta
entretenida y poética; no esa otra fría y algebraica que,
bajo pretexto de explicarlo todo, no tiene ni odio ni amor
y se despoja voluntariamente de toda especie de temperamento;
pero como un hermoso cuadro es la naturaleza reflejada por un artista,
la mejor crítica será ese mismo cuadro,
reflejado por un espíritu inteligente y sensible.
De modo que la mejor crítica podría ser un soneto o una elegía.

Charles Baudelaire


Son las nueve de la noche y estoy solo en mi cuarto, lidiando con el aburrimiento de estos días ociosos, y recibo una llamada del artista cubano Yunier Gómez Torres.

        Carli – me dice – ¡qué malo está esto!
Y se echa a reír. Yo me río también.
        Te voy a mandar las fotos de mis últimos cuadros – me dice – a ver si me escribes algo. Hay que hacer un poco de ruido.
Pero en estos días ociosos estoy perdiendo la fe en la literatura, las ganas de escribir. O de hacer ruido.
Entonces miro los cuadros y hay entre ellos uno con el que me identifico de un modo especial. “Otra estúpida bomba en mi rosal” es el título. Es un paisaje, desequilibrado en todas las posibles acepciones de este término. Es una obra que, desde su sencillez visual, está cargada de múltiples lecturas. Con una increíble economía de recursos el artista descarga sobre el lienzo todo su dolor, sus frustraciones. Descarga toda su ansiedad y pesimismo. Entonces allí está el cuadro, como una bofetada a los ojos del espectador. O quizás como un espejo en el que un espectador como yo pueda verse fácilmente reflejado.
No sabemos a ciencia cierta si es la hora del alba o del ocaso. El cielo es de un rosado ardiente, hiriente. Una ínfima porción de tierra, el límite del abismo sembrado de rosas, y una cebra. (La cebra es un signo/símbolo que desde hace algunos años viene haciéndose común en la obra de este autor, frecuentemente fuera de contexto). Por último, sobre ese cielo rosado, un helicóptero blanco, como trazado con tiza por un niño de seis años. Un helicóptero que rompe la quietud del paisaje, ¿su coherencia? Incorporando el conflicto, la tensión. Ya no es solo que la cebra se encuentre al borde del abismo, fascinada por unas rosas que más bien parecen manchas de sangre sobre el lienzo, es también que sobre ella vuela la muerte, si regresamos al título de la obra. Entonces el autor logra lo que en dramaturgia se denomina clímax, que no es más que llevar una situación o un personaje al límite de sus posibilidades. Y si seguimos el hilo lógico de la dramaturgia, esta obra devendría una tragedia. De allí su carga eminentemente pesimista. Pero seguramente un niño de seis años haría una lectura diametralmente opuesta a esta mía particular; y acaso otro espectador, en otras circunstancias diferentes a las mías, pudiera hallarle a la cebra algún final feliz. Es por eso que no deseo imponer esta, mi lectura, como verdad absoluta o única posibilidad. Menos ahora que mi visión está impregnada por el amargo sabor de estos días ociosos. Y como apuntaría Schopenhauer, otro connotado pesimista, “todo hombre toma los límites de su campo de visión por los límites del mundo”.

De cualquier modo, a estas alturas de su carrera no me caben dudas de que Yunier Gómez es también un poeta. Uno que ha encontrado en la imagen visual su forma de expresión, el modo de exorcizar sus demonios, o de emitir – como preferiría Walt Whitman – sus alaridos por los techos de este mundo. Y es que la pintura de Yunier, por su intensa carga emotiva y su hiriente expresionismo puede remitirnos, por momentos, a la poesía de Charles Bukowski; y a la de Arthur Rimbaud por otros. Algunos de sus cuadros pudieran funcionar como perfecta portada a para un libro de Bukowski.
Se ha dicho que la obra de Gómez Torres es influenciada por la corriente pictórica Bad Painting cuyos máximos exponentes han sido Jean-Michel Basquiat y Julian Schnabel, de la tendencia llamada Neo-expresionista.[1] Y creo que sería justo añadir, salvando las distancias, la influencia de la estética primitivista desarrollada por el artista cubano Julian Espinosa Rebollido, Wayacón. De estas y otras fuentes se ha nutrido Yunier, al tiempo que ha logrado hacerse de una voz propia. Una voz auténtica y original, que ha de tenerse en cuenta a la hora de configurar el complejo y diverso panorama del arte cubano más contemporáneo.

Son las dos de la madrugada y estoy solo en mi cuarto, lidiando con el aburrimiento de estos días ociosos en que también he sido esa cebra perdida de su manada, al borde del precipicio y bajo un cielo hostil, poblado de pájaros ruidosos que escupen fuego. En la ciudad donde vivo, tal vez en mi mismo barrio, y hasta en los más remotos confines del universo han de haber, a esta misma hora, muchos otros como yo. El paisaje se repite, se multiplica. Es un paisaje universal. Es un paisaje del alma. Pienso en Yunier, que también ha sido esa cebra. Sé que en su andar ha conocido la soledad. La soledad del individuo ante un universo que le resulta incognoscible y frío. Ante la invitación tentadora del abismo.  
        Carli ¡qué malo está esto!
Me parece volverlo a oír. Y escucho otra vez su risa. Y entiendo que en alguna parte Yunier también sigue siendo ese niño de seis años que haría una lectura diametralmente opuesta a esta mía particular. Y que acaso para él, para su cebra y para mí pudiera existir ¿quién sabe? algún final feliz.




[1] TWO WAYS, Dos Artistas Cubanos, el Veterano y el Emergente en Irazoqui Gallery, Wynwood. eclecticmiami Available: http://quepasamiami.tumblr.com/post/116032784613/two-ways-dos-artistas-cubanos-el-veterano-y-el
 

miércoles, 27 de abril de 2016

UN OFICIO, UNA FAMILIA… Y UNA CASA

entrevista a Eduardo Cuadra Rodríguez 



por: Carlos Ramos

Eduardo Cuadra Rodríguez es un joven cubano que hace poco más de dos años encontró en la orfebrería un camino por el cual transitar. Graduado de Técnico en Construcción Civil, trabajaba como encargado de mantenimiento en una empresa eléctrica antes de llegar al taller de ROX 950 y vincularse al Proyecto Sociocultural “En Busca del Sol”.

Carlos Ramos (CR): Eduardo ¿cómo y cuándo te involucras en este proyecto?
Eduardo Cuadra Rodríguez (ECR): Yo llegué a este taller hace dos años y medio, a través de Juan Alberto, un orfebre que por aquel entonces trabajaba con Rosana Vargas. Fue él quien me enseñó y guió mis primeros pasos en el arte de la orfebrería, Rosana no me dio clases directamente. Al principio me resultó complicado, porque no tenía ni la más remota noción de este oficio, era comenzar de cero. Poco a poco las ideas se me fueron metiendo adentro y le fui tomando amor. En aquel momento había sólo cuatro orfebres en el taller, cada uno con un ayudante. Yo comencé como ayudante de Juan Alberto. Lo primero que hice fue pulir.
CR: ¿Qué trabajo realizas ahora en el taller?
ECR: Yo estoy al frente de un grupo de seis jóvenes orfebres, de los cuales todos están capacitados para asumir todas las especialidades que comprende la orfebrería. Ha resultado difícil alcanzar el nivel de organización que tenemos ahora. Yo nunca imaginé que sería capaz de asumir una responsabilidad tan grande, pero ya ves, a veces la vida te sorprende.
CR: ¿Has tenido que enseñar a algunos de esos jóvenes?
ECR: A todos. Yo los enseñé a soldar, lijar, pulir… los enseñé a hacer el círculo… Aquí llegan y reciben toda la preparación necesaria para trabajar con nosotros, luego les damos un tiempo de prueba, a ver si tienen condiciones para quedarse. Tristemente algunos se tienen que ir, porque no tienen aptitud o no se adaptan al ritmo de trabajo. Pero muchos se han quedado y ahora son trabajadores fijos del taller. Eso es algo que me llena de orgullo, porque cuando alguien les pregunte quién fue su maestro en este oficio, van a decir mi nombre.
CR: ¿Cómo imaginas que será este taller en el futuro?
ECR: Un local grande, que además del espacio para la producción pueda tener aulas, y muchos estudiantes aprendiendo el oficio. A mí gustaría, además de trabajar en la producción, enseñar a esos estudiantes. Yo sueño con tener diez ayudantes, todos trabajando a la par mía.
CR: A tu modo de ver ¿qué cualidades hay que tener para ser un buen orfebre?
ECR: Tiene que gustarle. Tener interés, y sobre todo curiosidad. La curiosidad es imprescindible en este oficio.
CR: ¿Te gustaría que tu hijo fuera orfebre también?
ECR: Sí, orfebre. Pero él quiere ser pintor.
CR: ¿Cómo valoras a estos muchachos que trabajan contigo aquí en el taller?
ECR: Los admiro mucho, porque a pesar de ser tan jóvenes tienen mucho interés y mucha disciplina. Aquí pasamos tanto tiempo juntos que ya uno llega a ver a sus compañeros como una parte de la familia.
CR: La experiencia de trabajar en este taller e integrarte al proyecto “En Busca del Sol” ¿ha representado un cambio en tu vida?
ECR: Sí, completamente. Yo antes andaba a lo loco, era muy tomador, andaba metido en problemas… tuve problemas muchas veces con la policía. Yo vendía cemento, vendía refresco gaseado sin patente… y muchas veces me pusieron multas de miles de pesos. Andaba siempre tomando y haciéndole “la vida un yogurt” a mi esposa. Desde que comencé aquí, este taller me ha hecho cambiar, me he dedicado por entero a la orfebrería y nunca más he tenido problemas. Ya no bebo como antes, y mi esposa está feliz con esta transformación. Y le doy gracias a Dios por eso.
CR: ¿Cuál la mayor gratificación que te ha dado este trabajo?
ECR: Muchas. El hecho de ver a estos muchachos a los que enseñé trabajando como hoy lo hacen. Los premios y reconocimientos que ha alcanzado nuestra marca. Pero la mayor de todas es mi casa.
CR: ¿En qué sentido?
ECR: Gracias a este trabajo he podido construir mi casa. Ya sólo me falta fundir la placa. Tú sabes que en este país es muy complicado construir, y en los trabajos que tuve antes el salario no era suficiente para permitirme hacer lo que he podido hacer aquí: construir mi casa y la de mi familia.
CR: ¿Qué planes tienes para el futuro?
ECR: Seguir trabajando aquí por muchos, muchos años. Tener muchos hijos… Y casarme cinco veces más.



Eduardo se ríe y, junto con él, los jóvenes que trabajan bajo sus instrucciones. Me despiden sin dejar de trabajar, pero el calor de su despedida me hace sentir parte de este sueño realizado que es el taller de ROX 950 y su Proyecto Sociocultural “En Busca del Sol”, me hace querer ser parte de esa bella “familia”. Al salir, los ruidos del taller mezclados con las risas de Eduardo y sus compañeros continúan vibrando en mis oídos. Hay algo de sublime en todo esto, porque lo sublime, según Kant, conmueve; y yo me voy conmovido ante la nobleza de este proyecto que a tantos muchachos de mi misma edad les ha cambiado para bien la vida. Y no sé por qué, me vienen a la mente escenas del libro “Corazón”, y pienso en la esposa y en el hijo de Eduardo, que pronto tendrán su casa terminada. Y soy feliz por ellos, y por todos estos jóvenes de mi generación que han encontrado en pequeños negocios privados o en proyectos como este, una razón para sacar lo mejor de sí mismos y no perder la capacidad de soñar.