La vieja del primer piso se quedó
boquiabierta al verme, ni siquiera me contestó los buenos días, mas no podía
detenerme a averiguar qué le pasaba. Cosas de viejos, seguramente.
Los alumnos de la universidad que venían por
la acera comenzaron a apuntarme y a murmurar algo entre ellos. Hubo uno que sacó
del bolso su cámara digital para tomarme fotos. Tuve que cruzar la calle corriendo,
para que no me abordaran con preguntas banales sobre alguno de mis artículos
publicados o, peor aún, sobre los percances del oficio. No podía perder ni un
solo instante. Aunque me parecían muy raras las expresiones de sus rostros y la
intención con que me señalaban. Tal vez me estaban confundiendo con alguien.
Cuando pasé frente a la cantina del hotel,
las putas que acababan su jornada comenzaron a persignarse. Tuve la intención
de preguntarles qué coño me miraban. Pero no podía perder ni un solo instante. “Cosas
de putas” – me dije – y apresuré más el paso.
Al cruzar el parque la gente se alejaba de
mí, como si mi presencia los asustara. Y los perros me seguían, ladrándome, delirantes.
Algo tenía que andar mal. Me detuve. El tráfico estaba bloqueado y mis
compañeros del periódico llegaron con sus cámaras para tomarme fotos. Algo en
mí andaba mal. Sentí toda la presión de aquella multitud congregada para verme,
el aguijón de sus dedos, señalándome, el hedor de sus comentarios que no
lograba escuchar. Y tuve miedo, corrí… corrí
sin rumbo fijo hasta chocar con la vidriera de una tienda. Había
patrullas alrededor, y algunos helicópteros sobrevolando encima de mi cabeza.
¡Ay, mi cabeza! ¿Cómo pude olvidarlo? Los cristales de la tienda me devolvían,
turbados, un reflejo que debía ser el mío. Era yo Gregorio Samsa mirándose ante
el espejo. Pronto estaría rodeado de jueces, conducido al pabellón, fusilado
ante los ojos del pueblo que gritaría inclemente:
- ¡Crucifíquenle! ¡Crucifíquenle!
Para tal aberración nuestras leyes no
contemplan atenuantes. Ninguna excusa que alegara podría obrar a mi favor. Sólo
quedaba asumir con estoicismo la sentencia, y la posibilidad de trascender en
la historia local como el primer procesado por salir a la calle sin peluca.